-Reflexiones y demandas
pendientes en perspectiva comunicacional y de gestión política.
Si consideramos el rol de
la gestión estatal como un actor determinante para desarrollar e impulsar la
comunicación popular rápidamente podemos acordar que esta materia es una deuda
histórica, si no la más importante al menos sí de las más significativas, que
no pudimos saldar desde la recuperación de la democracia. Este debate, con
vigencia permanente, es medular en nuestro tiempo donde lo popular es atacado
desde toda una suerte de antagonismos discursivos y materiales (económicos,
políticos, culturales, etc.). En este
sentido, y a groso modo, es que la formación de medios comunitarios resulta un
imperativo categórico para recuperar el rol sustancial de la palabra como
habilitante de mundos posibles: narrativas de los propios actores
sociales/protagonistas que, lejos de constituir una oposición o estériles
analíticas respecto a la agenda propuesta por los medios hegemónicos, den
cuenta de las realidades que discurren en la cotidianeidad de los barrios y
diversos ámbitos. Reflexionar sobre y desde nuestras propias geografías no es
otra cosa que revalorizar los lazos comunitarios y operar suturas en el tejido
social, un viaje que va del mirarnos al mostrarnos, de la mismidad a la
otredad, en franca disputa con los determinismos simbólicos heterónomos que
naturalizan, normalizan, nuestra subjetividad. Así, al conectar con el derecho
a la información y su eficacia para generar consciencia ciudadana es como el fin
ulterior de la comunicación cobra cuerpo y forma.
Un mundo donde el avance
exponencial de la tecnología da cuenta de nuevos paradigmas y lo digital cobra
una relevancia manifiesta, donde la ubicuidad de las redes sociales comulga con
el éxito y expansión de lógicas corporativas, donde la manipulación de ingentes
cantidades de información (Big data) adquiere grados de sofisticación
algorítmica, donde la inteligencia artificial y la robótica presentan tanto
nuevas posibilidades como dilemas morales y éticos, nos obliga a cuestionar la
importancia del diseño de políticas comunicacionales que, estando a la altura
de este complejo mapa contemporáneo, sean capaces de fomentar y promocionar la
palabra al tiempo que intervenir activamente en la pluralización, esto es, la
desconcentración, de los medios donde aún tradicionalmente discurre. En suma, la
tarea no debería conducirnos a reeditar falsas dicotomías donde el bando de los
apocalípticos o integrados sea el portador último y definitivo a la
solución de todos nuestros males. Más que de ensayar respuestas apresuradas, se
trata de formular aquellas preguntas sustanciales que permitan analizar qué
papel deberá jugar la comunicación popular en la pelea por el sentido. Contienda
cuya principal matriz de tensión: la dialéctica entre lo popular y lo colonial,
actualiza y renueva permanentemente sus campos de acción conservando, sin
embargo, aquellos correlatos inmediatos y consuetudinarios: soberanía o
dependencia, inclusión mayoritaria o desigualdad elitista, industrialización
productiva o primarización extractivista, intervención pública o gestión
privada, vida comunitaria o individual, democracia representativa o
individualismo totalitario, justicia social o falsa meritocracia, participación
multipolar o hegemonía occidental anglo-europea.
Si protagonizar y dar esta discusión no se trata de radicalismos utópicos o fatalismos apocalípticos tampoco hallaremos certezas en falsas síntesis edulcoradas. Al discurrir sobre los múltiples escenarios de enunciación posible y sus efectos, sobredimensionar la innegable oportunidad de florecimiento de distintos decires que concita el mayor acceso a la tecnología conlleva el riesgo de confundir lo independiente con lo popular, el impulso personal emprendedor con la programática política y, además, por añadidura, de escindir a esta última de su componente ideológico e ineludible compromiso con el decurso emancipatorio de los pueblos.
La valoración -o el desmedro en un sentido inverso- de la política en función de los grados de solidez y espesura con que logran dotarla tanto líderes como gestiones de gobierno, articulando prácticas en favor de las grandes mayorías populares, propone toda una serie de interrogantes que para ser contestados de modo suficiente requieren comparativas agudas en clave y perspectiva geopolítica. Acaso este análisis sea materia de estudio en un futuro artículo, pero para aproximarnos a ese sentido inverso, donde la praxis política se viste de traje y desconecta de su génesis transformadora por excelencia, podríamos retomar a John William Cooke quien en Peronismo y revolución describe la burocracia como el desempeño político guiado e inscrito según meros modos ejecutivos, desvinculado de aquellas creencias, ideas, visiones y perspectivas que deberían consumar, orientar y legitimarlo. En palabras del autor: “… Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los valores del adversario (…). Pero no es una determinante ideológica (…) La burocracia es centrista, cultiva un ‘realismo’ que (…) rechaza toda insinuación de someterlo al juicio teórico (…) Entonces su actividad está depurada de ese sentido de creación propio de la política revolucionaria, de esa proyección hacia el futuro (…) para que no se agote en sí misma. El burócrata (…) se ve como representante (…) de la masa, pero no como parte de ella.”[1]
En 1951, previo a la
elaboración del segundo Plan Quinquenal, Juan Domingo Perón a través de un
mensaje de radio y bajo el lema “Perón quiere saber lo que su pueblo necesita”
convocó a la ciudadanía a deliberar sus propias demandas. El resultado de este
ejercicio de comunicación popular fue la recepción de más de 70 mil cartas. En este
tipo específico de relación virtuosa, en esta sintonía dialógica entre gobierno
y comunidad organizada -entre líder y pueblo-, es donde las correas de
transmisión de sentido constitutivas del entramado de las luchas populares son
causas -al tiempo que efectos- cuyo devenir estructural modifica la
superestructura social (y también viceversa), donde advertimos, en definitiva, la
real dimensión, el indubitable valor, de la política como herramienta por
excelencia de transformación social.
En un discurso que
culminaba un ciclo de formación militante en Moreno, reflexionando sobre
resistencia popular y programática política, Máximo Kirchner decía que: “no va
a alcanzar con convocar a la resistencia de nuestro pueblo. Al mismo tiempo que
crezca esa resistencia también tiene que crecer nuestra capacidad de propuesta.”[2] El dirigente concluyó su intervención reinterpretando la emblemática
frase de Perón al aseverar que: “La única
verdad es transformar esa realidad”[3]. A modo de
cierre, tomamos la licencia de anexar: la batalla económica, social, política,
cultural inexorablemente es popular o no será batalla.
[1]
Cooke,
J. W., Peronismo y Revolución, Ediciones Papiro, Buenos Aires, 1972
[2] La
Cámpora: Máximo Kirchner en Moreno ‘El RIGI es el saqueo del país’, La Cámpora,
13 de mayo de 2024, https://www.lacampora.org/articulos/el-rigi-es-el-saqueo-del-pais
[3] Ibid.
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